En el bullicioso caos de la vida de oficina, los correos electrónicos vuelan más rápido que Superman en un atracón de cafeína.
Pero en una oficina en particular, los correos electrónicos tenían vida propia.
Imagínese esto: Bob, escribiendo diligentemente, envía un correo electrónico a su colega al otro lado de la sala.
En lugar de llegar a su destino previsto, el correo electrónico se desvió a través del Triángulo de las Bermudas de la red de oficinas.
Pasaron los minutos, luego las horas y todavía no había señales del correo electrónico de Bob.
Mientras tanto, comenzaron a circular rumores: algunos afirmaban que el servidor de la oficina había desarrollado un gusto por el correo electrónico,
mientras que otros hablaban en voz baja de un travieso duende escondido entre los cables de Ethernet.
Finalmente, justo cuando Bob estaba a punto de enviar un grupo de búsqueda para el mensaje perdido, el correo electrónico apareció en su pantalla, con una posdata que decía:
“Perdón por el retraso, tomé una ruta panorámica a través del ciberespacio. La próxima vez, tal vez ¡Prepara el almuerzo!”
A partir de ese día, Bob se aseguró de adjuntar un rastreador GPS a cada correo electrónico, en caso de que decidieran embarcarse en otra aventura sin él.