Una hermosa mujer amaba cultivar tomates, pero no lograba que sus tomates se volvieran rojos.
Un día, mientras daba un paseo, se encontró con un vecino caballero que tenía el jardín más hermoso lleno de enormes tomates rojos.
La mujer le preguntó a los caballeros: “¿Qué haces para que tus tomates estén tan rojos?”
Los caballeros respondieron: “Bueno, dos veces al día me pongo frente a mi jardín de tomates y me expongo, y mis tomates se ponen rojos de tanto sonrojarse.”
Bueno, la mujer quedó tan impresionada que decidió intentar hacer lo mismo en su jardín de tomates para ver si funcionaría.
Así que dos veces al día durante dos semanas se expuso a su jardín con la esperanza de lo mejor.
Un día, el caballero pasaba y le preguntó a la mujer: “Por cierto, ¿cómo te fue?” ¿Tus tomates se pusieron rojos?
“no”, respondió ella, “pero mis pepinos son enormes.”