Bobón ero un enorme gato negro y el más bonito de todo el pueblo. Tenía unos bigotazos magníficos y el rabo grueso y muy poblado de pelo. Todo el cuerpo le resplandecía como si fuese de seda y ronroneaba con tal fuerza, que casi llegaba a parecer una motocicleta en marcha.
Pertenecía a lsabelita y a Roberto, y el gato los quería mucho.
—Es el gato más mono de todos los que he visto decía la niña.
—Si supiese hablar, sería estupendo— contestaba Roberto. —Y como es tan listo, podría enseñarnos muchas cosas.
Bobón salía, a veces, de paseo con los dos niños, especialmente cuando iban a merendar al bosque. Entonces el gato, compartía su merienda con ellos. Después de comer, realizaba una expedición por su cuenta, aunque sin alejarse mucho y sin perder de vista o los niños.
Un día salieron los tres, llevando la merienda en un cesto.
Se dirigieron al centro del bosque inmediato al pueblo y una vez allí tomaron asiento y se pusieron a merendar. En cuanto hubieron terminado, Bobón salió de paseo, como de costumbre, y entonces les ocurrió una cosa muy rara.
Por casualidad, lsabelita dejó de leer un instante y vio un hombrecillo muy extraño y parecido a un gnomo. Andaba sin hacer ruido por entre los árboles y llevaba a cuestas un saco vacío. La niña dio un codazo a su hermano y los dos niños contemplaron, muy sorprendidos, a aquel gnomo, porque era la primera vez que les sucedía un caso semejante.
Pero Bobón no vio al gnomo. Estaba sentado y ocupado en lavarse la cara, y, al mismo tiempo, ronroneaba con fuerza. El gnomo se acercó a él pasito a paso por la espalda, abrió su gran saco y, de repente, lo arrojó sobre el gato.
En el acto los dos niños se pusieron en pie, de un salto, profiriendo gritos de cólera. Volviose el gnomo y los vio. Inmediatamente ató la boca del saco, se lo echó al hombro, en tanto que el pobre gato luchaba dentro, y huyó por el bosque. lsabelita y Roberto lo siguieron, rabiosos y asustados a la vez, y preguntándose también para qué querría el gnomo su hermoso gato.
Jadeando y resoplando, el gnomo corría por el bosque, perseguido por los dos niños. Se metió, de pronto, en un espeso matorral y cuando los niños llegaron a él, observaron que yo había desaparecido, pues no pudieron verlo en parte alguna.
—¡Oh, pobre Bobón!— exclamó Isabelita, casi llorando. —¿A dónde lo habrán llevado? ¡Oh, Roberto, es preciso que lo encontremos y lo salvemos!
—No puedo explicarme por dónde ha huido ese gnomo —dijo Roberto extrañado.
Luego fue de un lado a otro, registrándolo todo, pero no pudo hallar la menor señal del ladrón.
—Lo mejor será que volvamos a casa y se lo digamos a mamá —oconsejó. —Ven.
Pero entonces los dos niños observaron que se habían extraviado. No pudieron encontrar su camino. lsabelita se asustó y se preguntó si reaparecería el gnomo y se apoderaría también de ellos, pero Roberto le dio ánimo y le aseguró que era capaz de luchar con una docena de gnomos.
—Aquí hay un sendero muy estrecho —dijo o su hermano. —Sigámoslo, porque sin duda conduce a alguna parte.
Los dos niños se aventuraron por él y, después de un buen rato, llegaron ante la más linda casita que vieran en su vida, y tan pequeña, que apenas habría sido suficiente para una muñeca.
Roberto llamó a su puertecita amarilla y una hada, provista de alas plateadas, la abrió. Y se quedó muy sorprendida al verlos.
—Nos hemos extraviado— le dijo Roberto con acento cortés. —¿Podría usted hacernos el favor de ayudarnos?
—Entrad —contestó el hada. —Y procurad no dar con la cabeza en el dintel.
Para entrar en la casa, los dos niños tuvieron que inclinarse, porque la puerta era demasiado baja para ellos. Dentro de la casita vieron unas sillas muy pequeñas y una mesita. Era un lugar encantador. lsabelita no se atrevía a sentarse por miedo de romper la silla.
—Permitidme que os invite a tomar una taza de chocolate —dijo el hada acercándose al fogón y tomando una chocolatera que se calentaba a la lumbre.
—En realidad, ya hemos merendado, pero, de todos modos, le agradecemos mucho su invitación.
De este modo los dos niños merendaron muy a su gusto y luego refirieron a la dueña de la casa la historia del robo de su gato.
—Es extraordinario —exclamó el hada. —Pero me figuro saber adónde ha sido llevado vuestro gato.
—¡Oh! ¿Adónde?— se apresuraron a preguntar los niños.
—A casa del viejo brujo Altísimo— contestó el hada.
—Me consta que el gato que utilizaba para hacer sus encantamientos se fugó hace pocos días y, naturalmente, necesita otro. Ese gnomo que visteis es su criado. Y supongo que andaba en busca de un gato negro. Al ver el vuestro lo capturó y se habrá apresurado a llevarlo a su amo.
—Estoy segura— dijo lsabelita —de que Bobón no querrá ayudarle en sus encantamientos. Es un gato corriente y se sentirá muy desgraciado lejos de nosotros. Además, el brujo no tiene derecho o quedarse con él.
—¿Le parece o usted que podríamos rescatarlo?— preguntó Roberto.—¿Dónde vive ese brujo?
—En su casa, a corta distancia de aquí— contestó el hada. —Tiene una vivienda muy rara. El edificio posee cuatro patas y en cuanto el brujo quiere trasladarse, le ordena que vaya al lugar elegido y la casa obedece.
—¡Dios mío!— exclamó lsabelita con los ojos brillantes de curiosidad.—¡Cuánto me gustaría verlo!
—Si queréis, puedo llevaros allí — dijo la pequeña hada, tomando un manto para abrigarse. —Pero en cuanto lleguemos, cuidad de no hacer el menor ruido, para evitar que el brujo nos haga víctimas de algún encantamiento.
—¿Y cree usted que seremos capaces de rescatar a Bobón?
—Ya lo veremos al llegar —contestó el hada, abriendo la puerta de su casita.—Seguidme.
En compañía de los níños, la díminuta hada volvió al matorral por el que había desaparecido el gnomo, y con gran sorpresa de los niños, vieron en el suelo, y oculta por las matas, la tapa de una trampa. Su compañera y protectora la abrió; los tres se aventuraron luego por la escalera que se ofreció a sus miradas y que conducía a un corredor subterráneo. Luego, durante un rato, anduvieron sumidos en la obscuridad y los dos niños se guiaban únicamente por la voz de su nueva amiga, que los precedía. En breve vieron brillar una lamparita, y la niña y su hermano distinguieron una multitud de puertecillas casi al alcance de su mano.
El hada abrió una puerta azul y penetró en una pequeña estancia, en donde un conejo estaba sentado a un escritorio. Levantó la mirada y preguntó qué querían.
—Ir a casa del brujo— contestó el hada.
El conejo les dio entonces un billete verde a cada uno y les recomendó que se sentaran en las setas que había en un rincón de la estancia. Luego, en cuanto lo hubieron hecho, el conejo oprimió un botón que había en la pared y en un instante las tres setos salieron disparados hacia el techo, de modo que los dos niños, agarrándose a sus bordes, se quedaron muy extrañados.
Durante largo rato siguieron subiendo y por fin las setas disminuyeron su marcha. Detuviéronse, al fin, dentro de otra habitación de reducidas dimensiones, donde estaba sentado otro conejo. Éste les recogió sus billetes, abrió lo puerta y los hizo salir de la oficina.
—¡Vaya una aventura!— exclamó Roberto, que se divertía en grande. —Me ha gustado mucho hacer este viaje sentado en la seta.
Hallábanse entonces en la vertiente de una colina y el hada les señaló una casita que estaba en lo alto de la eminencia, rodeada por árboles por tres lados, a fin de abrigarla del viento. —Esta es lo casa del brujo— dijo. —Si os fijáis bien, podréis ver cómo, por debajo de ella, se asoman sus cuatro patas. Y cuando echa a correr, lo hace con la rapidez del viento.
Los tres se dirigieron a la vivienda y el hada dio la vuelta a la casa, en busca de una ventana de la parte posterior. Por ella miró hacia dentro y luego, con un ademán, llamó a los niños, quienes se apresuraron a acudir para mirar a su vez.
Bobón estaba dentro. Habíase sentado en el suelo, en el centro de un círculo trazado con yeso y, al parecer, estaba colérico y triste a la vez. Barría el suelo con su largo rabo y sus hermosos bigotes temblaban de furor.
El brujo Altísimo, viejo encorvado, que llevaba un sombrero puntiagudo, se hallaba frente al gato y agitaba una varita. Al parecer estaba contrariado. Y en un rincón, junto al hogar, se veía al gnomo que robó a Bobón y que en aquel momento se ocupaba en revolver un líquido que contenía una olla.
—Habrás de ayudarme en mis encantamientos, o, de lo contrario, te convierto en ratón— dijo el brujo a Bobón. Entonces, con enorme sorpresa de los dos niños, el gato abrió la boca y habló:
—¿Son buenos sus encantamientos?— preguntó. —Porque le advierto a usted, señor Brujo, que ningún gato perteneciente a mi honrada familia sería capaz de contribuir, de ninguna manera, o los maléficos encantamientos de los magos o de los brujas.
—Yo no soy un buen mago— contestó Altísimo, sonriendo de un modo horrible. —Me gano la vida vendiendo encantamientos a las brujas, y si eres demasiado distinguido para ayudarme, honorable gato, me veré obligado a convertirte en ratón. Entonces te verás perseguido por tu honorable familia y castigado así por tu estupidez.
El pobre Bobón empezó a temblar, pero aun no quiso consentir en lo que le pedía el brujo. Éste se impacientó. —Te voy a dar otra oportunidad —dijo al fin. —Ponte en pie sobre las patas traseras, da dos vueltas, maúlla siete veces y mientras tanto yo entonaré mi conjuro mágico, y moveré mi varilla encantada paro que te canviertos en ratón de color pardo.
Y empezó a agitar su varilla mágica, mientras entonaba extrañas palabras, que asustaron mucho al hada, que se hallaba en el exterior. Pero Bobón no obedeció al brujo, sino que continuó sentado en el mismo sitio, muy asustado, aunque decidido a no ayudar a aquel mal sujeto.
Altísimo perdió, al fin, la paciencia. Golpeó al gato con su varilla, pronunció una palabra mágica y luego se echó a reír, porque, de repente, desapareció el enorme gato y en su lugar vióse un ratoncito de pelaje de color pardo.
—Ya ves tu castigo— exclamó el brujo.—Ahora escóndete, miserable criatura. Y ten la seguridad de que en cuanto consiga otro gato, te verás perseguido mientras te dure la vida.
El ratón se apresuró a dirigirse a un rincón y se ocultó allí, dentro de una zapatilla vieja. lsabelita y Roberto apenas podían creer lo que estaban viendo, al observar que su hermoso Bobón había desaparecido y que en su lugar sólo quedaba un ratoncito indefenso. La niña se echó a llorar, pero Roberto cerró los puños, dispuesto a penetrar en la casa, para luchar con el brujo y con el gnomo.
—No hagas ninguna tontería— murmuró el hada, obligando al niño a separarse de la ventana. —Calla, lsabelita, no llores, porque, de lo contrario, te oirá el brujo y sería capaz de transformarnos a los tres en ratones.
—Pero es preciso hacer algo en beneficio del pobre Bobón— exclamó Roberto muy enojado.
—Mira, tengo un buen plan— replicó el hada. —Esperaremos a que anochezca y entonces pediremos tres azadones a Topín, que es un elfo que vive muy cerca. Luego excavaremos un gran agujero en la vertiente de la colina. Hecho esto pediremos prestadas algunas trompetas y unas cuantas fuentes de metal, y haremos un ruido tremendo ante la casa. El brujo se despertará asustado y figurándose, tal vez, que un ejército se dispone a atacarlo, ordenará a su casa que eche a correr y como sólo podrá bajar lo colina, porque por los demás lados hay árboles, se caerá en el hoyo que habremos hecho.
—¿Y qué más?— preguntaron los niños, muy interesados por aquel plan maravilloso.
—Pues que antes de que el brujo se reponga del susto, yo entraré en la casa y me apoderaré de su varilla mágica— contestó el hada. —Sin ello, el brujo es inofensivo. Tú, Roberto, encárgate de sujetar bien al gnomo. En cuanto a ti, lsobelita, habrás de apoderarte del ratón. Y es muy probable que el brujo emprenda la fuga, porque cuando no tiene su varita mágica es un gran cobarde.
—¡Muy bien, muy bien! —exclamaron los niños con los ojos brillantes de excitación.
—Nada más —añadió el hada. —Luego nos iremos a mi casa y allí veremos si se puede hacer algo en favor de Bobón.
Anochecía ya, y entonces el hada condujo a sus amiguitos al lado opuesto de la colina. Allí encontraron una casita y llamaron o lo puerta. La abrió un elfo que asomó el rostro, preguntando:
—¿Quién va?
—Soy el hada Alasdeplata —contestó ésta —¿Puedes prestarnos tres azadones, Tapín?
—No hay ningún inconveniente —replicó el elfo.
Y tomó tres pequeños azadones que había en un rincón de su extraña casita. Los dio al hada, que manifestó su agradecimiento. Y luego echó a correr en busca de los niños.
Los tres regresaron a la casa del brujo, a la sazón iluminada por dentro con una lámpara oscilante.
Luego los tres empezaron a excavar. ¡Cuánto trabajaron! El hada pronunció un pequeño conjuro sobre los azadones, paro que trabajasen con mayor rapidez, de modo que el hoyo pronto fue bastante profundo y grande.
Por fin quedó terminado. Brillaba la luna en el cielo y el hada les aconsejó esperar a que la ocultase una espesa nube, antes de llevar a cabo la segunda parte de su plan, porque si la casa pudiese descubrir el peligro cuando echara a correr, quizá rodearía el agujero en vez de caer en él.
—Ahora devolveremos los azadones a Tapín y le pediremos lo necesario para hacer ruido —dijo el hada.
Poco después estaban los tres de regreso. Llevaban consigo tres bandejas de metal, dos trompetas y un pito muy grande. Y antes de empezar el concierto, se echaron a reír.
—¡Qué susto tendrá el brujo! —exclamó el hada. —Acerquémonos o la casa y en cuanto yo os diga “¡Ahora!”, haced todo el ruido que podáis. Estoy segura de que daremos al brujo el susto más grande de su vida.
Así lo hicieron y en cuanto el hada dio la señal, en el momento en que una nube ocultaba la luna, se oyó allí un ruido espantoso. El brujo estaba sentado a la mesa para cenar, pero al oír aquel estruendo se puso en pie de un salto y palideció intensamente.
—Con toda seguridad es el ejército de los elfos que viene contra mí —gritó—¡Casa!, ¡casa! ¡Echa a correr todo lo de prisa que puedas!
En el acto la casa se situó sobre sus cuatro piernas y empezó a moverse. Corría montaña abajo y en línea recta, al enorme agujero que habían hecho los niños y el hada.
¡Pum! Se cayó en él. Las chimeneas salieron disparadas, rompiéronse las ventanas, y el brujo y el gnomo empezaron a gritar de miedo. No podían salir por la puerta, porque, precisamente, la casa se había caído por aquel lado y, por lo tanto, intentaron escapar por la ventana.
—¡Venid! —gritó el hada. —Vamos a meternos en la casa.
Los dos niños se dirigieron hacia ella, se subieron a una ventana, en tanto que su compañera hacía lo mismo por otro lado. lsabelita se dirigió, corriendo, al rincón en donde estaba el asustado ratoncito, que asomaba la cabeza por la abertura de la zapatilla. El hada, por su parte, se apoderó de la varilla mágica del brujo, profiriendo, al mismo tiempo, un grito de alegría.
—No hagáis caso del gnomo y vámonos. Si el brujo encuentra a una bruja a quien conozco, quizá la traiga aquí y eso sería peligroso.
Los tres salieron de la casa volcada y echaron a correr, con objeto de devolver las bandejas, las trompetas y el pito. Y un momento después el hada señaló hacia el Este, dando un grito de desesperación.
—Ahí está el brujo con dos brujas. ¡ Corred ! No perdamos tiempo.
Llevó a los niños a la puerta que conducía a la habitación de las setas, donde estaba el conejo. En un abrir y cerrar de ojos adquirieron los billetes y se sentaron en los hongos. Y cuando aquellos extraños ascensores empezaron a bajar, aparecieron los tres brujos que, a su vez, se sentaron en otros hongos.
—¡Dios mío, cuánto vamos a tener que correr! —exclamó el hada. —Así que lleguemos abajo, abandonad o toda prisa los hongos y dirigíos a la puerta. Luego echad a correr por el pasillo y escalera arriba, hacia la puerta de la trampa.
En efecto, en cuanto los hongos llegaron al final de su recorrido, los dos niños echaron a correr hacia la puerta, acompañados por el hada, y en aquel momento vieron que los tres brujos aparecían a su vez en sus respectivos hongos.
Los tres corrían o toda prisa, perseguidos por el brujo y las das brujas. Una vez llegaron al exterior, se apresuraron a tapar la trampa, pero el brujo la empujó con la mayor fuerza. Entonces el hada dio un grito de triunfo.
—¡Qué tonta soy! Ya no me acordaba de la varita mágica. Pronto lo arreglaré.
Esperó a que Altísimo y las dos brujas hubiesen salido por lo puerta de la trampa y luego, bailando, se acercó o ellos sin dejar de agitar la varita mágica y pronunciando unos palabras muy raras.
El brujo dio un grito de terror, y regresó, presuroso, a la puerta de lo trampa. Lo siguieron las brujas y pronto se oyó el ruido de la puerta que se cerraba tras ellos.
—Se han marchado y ya no volverán —dijo el hada contentísima. —¡Qué suerte de haberme acordado a tiempo de la varita mágica! Ahora la utilizaré en favor de Bobón para devolverle su forma de gato.
Los tres echaron a correr hacia lo casita del hada.
Ella dibujó en el suelo un círculo con un pedazo de tiza, puso en el centro al asustado ratón, agitó la varita mágica y pronunció un conjuro. Inmediatamente desapareció el ratón y en su lugar pudieron ver al gato Bobón.
Éste roncaba de satisfacción y se dirigió hacia sus encantados amitos. ¡Cuántas caricias les hizo! Ellos, por su parte, le correspondieron, en tanto que el gato frotaba su cabeza contra sus cuerpos.
—Ahora tomaremos otra taza de chocolate y unos bizcochos —dijo el hada.—Luego volveréis a vuestra casa, porque mamá debe de estar inquieta.
Volvieron a merendar, muy satisfechos, y luego la bondadosa hada les indicó el camino que habían de seguir a través del bosque. Les estrechó las manos, acarició a Bobón y les dijo unas palabras de despedida.
—Adiós —exclamaron lsabelita y Roberto. —Y muchas gracias por habernos ayudado. Quisiéramos corresponder a su bondad.
—No os olvidéis de que tengo una varita mágica contestó el hada riéndose. —Nunca había esperado semejante fortuna. Ahora volved cuanto antes a vuestra casa.
Los dos niños y el gato echaron a correr y al llegar a su casa vieron que mamá estaba muy inquieta. Y en cuanto le hubieron referido la historia de sus aventuras, la buena señora no quiso creerles.
— Y lo peor del caso fue que los niños no pudieron recordar el camino que habían seguido y, por lo tanto, no les fue posible demostrar la verdad de sus palabras.