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Negro y la chuleta mágica

Negro y la chuleta mágica

Negro era un perrito muy travieso, del color que indica su nombre. Pertenecía a la tía Nicasia, que no tenía nada de rica, de manera que no podía dar mucha carne al perrito. En cambio, le compraba bizcochos secos y le daba una buena cantidad todos los días.

Un día Negro pasó por delante de la tienda del carnicero y olfateó la carne que allí había. ¡Qué aroma tan exquisito! Negro juzgó que era el establecimiento más bonito de todo el pueblo. El carnicero estaba entonces en la trastienda, ocupado en cortar un muslo, y por la calle no pasaba unalma.

A corta distancia de Negro estaba colgada una ristra de salchichas. El perro se apoderó de ellos y salió al galope, arrastrando su presa.

¡Qué festín se dió, una vez estuvo en el patio de su casa! La tía Nicasia se extrañó mucho de que no quisiera bizcochos secos, a lo hora de comer, pero Negro no le dijo que se había hartado de salchichas, porque ya presumía que su ama se enojaría mucho al saberlo.

En cuanto al carnicero, se encolerizó al ver que habían desaparecido sus salchichas y resolvió vigilar mucho para sorprender al ladrón, pues no dudaba de que volvería para repetir su hazaña.

Pero Negro ero demasiado listo paro hacer eso. Supuso que el carnicero estaría vigilando, de manera que no se acercó al establecimiento. En cambio, se dirigió a casa del pescadero del pueblo. El pescado no le gustaba tanto como las salchichas, pero el perro tenía mucha hambre y no le apetecía la comida que le daría su ama.

También el pescadero, al notar la desaparición de tres merluzas, resolvió vigilar para sorprender al ladrón, pero Negro no se aventuró o volver. En cambio, fue o visitar la cocina de la tía Ceñuda, que solio oler muy bien.

Encontró un hermoso pastel, que la buena mujer había hecho y dejado luego en el antepecho de la ventana, para que se enfriara. Negro, aprovechando la ausencia de la dueña de la casa, se apoderó del pastel, que estaba relleno de carne y fue a comérselo a su casa, sin que nadie lo advirtiese.

La pobre tía Ceñuda se quedó asombradísima, pero no sospechó siquiera quién sería el ladrón.

Negro robó otras muchas cosas en diversas casas, de manera que los habitantes del pueblo no tardaron en estar a la vez extrañados y enojados. Figuráronse que el ladrón sería algún vagabundo, pero lo curioso del caso era que nadie lo había visto.

—Quienquiera que sea el ladrón, habremos de prepararle una trampa—dijo el señor Bertón. —Durante la semana próxima todos hemos de cuidar de no dejar cosa alguna al alcance del ladrón. Deberemos tenerlo todo guardado y cerrado en las despensas. Además, recomendaremos al carnicero y al pescadero que cierren las puertas vidrieras de sus establecimientos y que pongan a un muchacho de guardia. Y nosotros prepararemos una trampa al ladrón.

—¿Qué trampa será eso?—preguntaron algunos.

—Ya lo veréis—contestó el señor Bertón, poniéndose el sombrero para ir a la colina, en donde vivía la hechicera del lugar.

Allí le compró una cosa que envolvió cuidadosamente en su mejor pañuelo de seda. Luego adquirió una hermosa chuleta al carnicero y la llevó a su casa. Y en cuanto hubo desenvuelto lo que llevaba en el pañuelo de seda, todos sintieron la mayor curiosidad por ver lo que era.

—Es un encantamiento— les dijo el señor Bertón,— pero tan diminuto, que no podréis verlo. Voy a ponerlo en un agujerito de esta carne, y ya veremos lo que sucede en cuanto el ladrón se apodere de la chuleta.

Metió el encantamiento en un agujerito que hizo en la carne y luego puso la chuleta en un plato que dejó en el antepecho de la ventana. Cerró esta última, despidió a todo el mundo y aguardaron.

En breve llegó Negro, olfateando, por si podía encontrar alguna cosa aquella mañana. En todo el pueblo no había hallado nada que comer, porque todo el mundo había guardado sus provisiones en los respectivas alacenas. Y Negro estaba muy disgustado.

De pronto llegó a su olfato el olor de la chuleta. No tardó en descubrirla y, sin pensarlo dos veces, dio un salto, se apoderó de ella y echó a correr, en dirección al patio de la tía Nicosia. Al llegar allí dejó la chuleta en el suelo y la olfateó. Diose cuenta de la existencia del encantamiento y se preguntó qué significaría.

Mientras deliberaba consigo mismo, la chuleta dio un salto y se le clavó en la nariz. Allí quedó sujeta de tal manera, que, a pesar de todos los esfuerzos que hizo él para desprenderla, no lo consiguió. Recurrió entonces o sus patas, mas, a pesar de cuanto hizo, no logró hacer caer la maldita chuleta. En vista de ello, y muy avergonzado y triste, se guareció en su perrero, preguntándose qué haría. Tenía mucha hambre y el olor de la chuleta pegada a su nariz aumentaba todavía su apetito, pero no podía alcanzarla, por más que lo procuraba.

Pronto salió al patio la tía Nicasia y lo llamó para darle de comer, pero el perro no salió. Estaba muy avergonzado y poco deseoso de que su ama lo viese con la chuleta pegada a la nariz. La tía Nicasia, extrañada, miró al interior de la perrera y viendo que allí estaba el perro, lo agarró por el collar y lo sacó a la puerta.

—¿Qué haces, Negro?—preguntó.—¿No me habías oído? ¡Dios mío! ¿Qué llevas en el hocico?

La buena señora se quedó pasmada al ver aquello.

Trató de separar la chuleta tirando de ella, pero no consiguió más que lastimar a Negro.

—Pero, ¿cómo ha sido eso?—preguntó la tía Nicasia. —¡Qué cosa tan extraordinaria! Voy a llevarte a casa del carnicero, para que vea si puede quitarte esta chuleta.

El pobre Negro se vio obligado a seguir a su ama, que lo llevaba sujeto por la correa y así paseó por todo el pueblo. Y en cuanto el carnicero vio al perro ladrón, supo quién era el autor de todos aquellos robos. Apuntó con su dedo a Negro y se echó a reír, porque, realmente, el espectáculo era cómico a más no poder.

—¿De modo que tú eres el ladrón?—exclamó en cuanto hubo acabado de reírse. —Pues no me das ninguna lástima. Vas a ser el hazmerreír de todo el pueblo, hasta que se acabe el encantamiento.

La tía Nicasia se quedó muy trastornada al enterarse de lo ocurrido. Rogó al carnicero que diese una buena zurra a Negro y él se apresuró a complacerla, porque no había olvidado las ristras de salchichas que le robara el can.

Éste fue llevado luego a su propia casa, entre fas risas y las burlas de todos cuantos lo vieron.

Pero no fue aquello lo peor, sino que, por la noche, acudieron los gatos en torno de su perrera, atraídos por el olor de la chuleta y deseosos de averiguar qué era. Luego trataron de arrebatársela y le arañaron varias ve­ ces, mas viendo que no podían quitarle aquel trozo de carne, desistieron de su intento. Pero el pobre Negro había recibido muy buenos arañazos en el hocico. Al día siguiente acudieron los perros en torno de su perrera, y al ver aquella chuleta pegada a su hocico, se quedaron asombradísimos.

—Esto es que quiere burlarse de nosotros— dijeron— De todos modos es un tonto de no comerse esa chuleta.

Vamos a quitársela.

Todos se arrojaron contra él y hubo allí una lucha espantosa, que la tía Nicasia se vio obligada a terminar a escobazo limpio. El pobre Negro había recibido varios mordiscos. ¡Cómo deseaba no haber robado cosa alguna! ¡Oh, no, nunca más se apoderaría de lo que no le perteneciese !

Mientras el pobre perro, dentro de su perrero, tomó aquella determinación, el encantamiento empezó a disminuir.

Una mañana, al despertar, Negro vio que lo chuleta estaba en el suelo y a su lado. ¡Qué contento se puso! La tomó en su boca y fue al encuentro de su amo. Luego dejó en el suelo aquella hermosa chuleta y empezó o ladrar para manifestar su arrepentimiento.

La tía Nicosia lo comprendió muy bien y por eso le respondió:

—Por esto vez te perdono. Sin embargo, creo que deberías ir o las casas en que robaste algo, para solicitar el perdón de sus dueños.

Así lo hizo el perro y tuvo lo satisfacción de que todos lo perdonasen. El señor Bertón tomó lo chuleta mágica y lo arrojó al fuego, en donde ardió alegremente, envuelto en llamas verdes.

—Bueno—dijo,—el encantamiento ha sido útil. ¡Jo, jo, jo! ¡Qué aspecto más raro tenías, Negro!

Éste le contestó con un ladrido y luego, a toda prisa, regresó a su caso.

Y podéis estar muy seguros de que nunca más volvió a robar cosa alguna.

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Written by salina

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