Dardo y Albita residían justamente frente a la casa de otro par de chiquillos como ellos : Rogelio y Carlota.
Dardo y Albita jugaban todas las tardes en la vereda con permiso de la mamá, porque no tenían un patio suficientemente cómodo para correr y saltar.
En cambio, Rogelio y Carlota eran niños de familia rica, y en su espaciosa residencia no faltaban salones, pasillos, patios y jardines, donde jugar a gusto. El caso es que algunas veces suspiraban también por salir a la vereda y a la plaza vecina, y allá iban vigilados por una niñera; fue también allí donde comenzaron su charla con Dardo y Albita, concluyendo por ser los mejores amigos.
—¿Van a la plaza ? — preguntó un día Albita al ver a sus vecinos cargados con arcos, cuerdas y pelotas.
—Sí … ¿y ustedes no vienen? — contestó Rogelio.
—Iremos, aunque primero pediremos permiso a mamá.
—Los esperaremos allá, — añadió Carlota.
—Hasta luego, — dijeron los niños corriendo a su casa.
—Mamita ¿nos dejas ir a la plaza ?
—Ya lo sospecho: irán los amiguitos de enfrente. Pues bien, mucho cuidado con Albita, ¿oyes, Dardo?, Vuelvan sin falta a la hora del té.
— Sí, mamá; ¡ qué buena eres ! Un beso y hasta luego
—dijo el ñato y simpático Dardo.
Una vez en la plaza, se entretuvieron todos juntos en jugar a la mancha, mientras la niñera tejía sentada en un banco. Al poco rato, los niños ya se sentían rendidos, con las caritas más encarnadas que unas ricas man zanas deliciosas. Sentáronse a descansar, hasta que Rogelio, algo curioso, preguntó:
—Díme, Dardo, ¿es linda tu escuela?
—No sé si es linda; pero me gusta mucho y, mi maestra, es la mejor del mundo. Casi siempre me pellizca los cachetes y dice que no hay quién dibuje mejor que yo las zanahorias y las naranjas.
—¿En qué grado estás?
—¿Yo? En tercero, y Albita en segundo. — ¿Y ustedes?
—Dicen que estamos en cuarto grado; nos enseña una profesora en casa.
—¡Qué adelantados!
—¿No sabes una cosa? Papá nos piensa mandar a Europa para que sepamos bien el inglés, el francés y los buenos modales; pero yo te voy a escribir unas postales desde allá.
—¡Qué lindo debe ser! ¿Irán en un barco?
Se acercó entonces Carlota y, sacudiendo sus rulos tupidos más brillantes que un bronce recién lustrado, dijo :
— … No iremos en un barco chiquito como el de Colón. ¡Qué esperanza! Iremos en un vapor grandote como un palacio, yo creo que le llaman … le llaman … no me acuerdo…
—Transatlántico — concluyó Rogelio.
—¿Qué es un transatlántico? — preguntó Dardo con curiosidad.
—¿No sabes? Yo los he visto; figúrate, es el vapor que cruza el Atlántico, ese océano de aguas verdes y enormes olas blancas ,dijo Rogelio.
—¡Qué preciosidad! — exclamó Albita, apretando luego con sus dientes el labio inferior.
—Será una preciosidad, —replicó Carlota— pero a mi me gustaría quedarme aquí, en mi casa. Nos van a encerrar en una escuela más grande que el Congreso.
—¿Los van a encerrar como a los ladrones? — preguntó asustado Dardo.
Los niños se echaron a reír y Carlota agregó :
—No … no … no como ladrones, pero parecido. Allí todos se visten iguales, como los presos que se ven en las vistas del Cine, con el mismo traje : un uniforme, eso es. Nos levantamos a un tiempo, nos lavamos a un tiempo, estudiamos a un tiempo, comemos a un tiempo, nos acostamos a un tiempo, cerramos los ojos a un tiempo; pero no nos dormimos a un tiempo, así dice papá.
—¡Qué feo! — exclamó Dardo alzando los brazos — yo no quisiera ser rico, porque me encerrarían como a ustedes y … ¿para qué? Si a uno le ataca el sarampión, todos caen a un tiempo con el mismo sarampión.
—Es que papá dice que en estas escuelas no enseñan bien y quiere que Rogelio sea un caballero y yo una dama elegante— respondió Carlota.
—¡¡ Qué cosas dicen ustedes!! ¡¡Parecen cuentos de hadas!! La maestra explica que aquí todos somos iguales porque es una república y sólo llega a valer mucho, el que mucho trabaja. iAsí que Albita y yo seremos diferentes a ustedes? — manifestó Dardo, algo tristón, agre gando: — Pues Rogelio será un caballero y Carlota una dama elegante.
En eso los niños oyeron la voz de la niñera que los llamaba para retirarse a tomar el té, y todos emprendieron la marcha de regreso a sus casas respectivas.
—Mamá — dijo Albita al entrar. —¿Nosotros no llegaremos a ser como los chicos de enfrente : caballero y dama elegante?
—Estoy segura que Rogelio y Carlota han hablado de esas cosas, pues sólo a unos niños de padres con dinero se les puede ocurrir semejante conversación. Escucha: para ser caballero, no es necesario ser rico, ni asistir a escuelas especiales; basta con ser muy aseado en su persona; hablar con toda corrección sin levantar la voz; ser atento con las señoras y las niñas, especialmente con las personas de más edad; saber portarse en la mesa comiendo con toda naturalidad, sin tiesura; disimular, como si no se viesen ni oyesen, los defectos y faltas de los demás; cumplir lo que se promete; saber ganar y perder en los juegos, sin enfadarse jamás, felicitando al contrario si obtiene un triunfo; haber estudiado lo suficiente para conocer los demás países, y así escuchar con interés la conversación de los otros; tener los mismos modales con los ricos y los pobres, con los amos y los servidores. Esto, difícilmente se aprende en la escuela, lo enseñan los padres, las personas de la familia y el trato de las personas cultas, pues es cosa de todos los minutos en la vida diaria.
—¡Cuánto hay que saber, mamá! ¿Tú crees que Dardo podrá ser un caballero y que Rogelio no aprenderá más que él en Europa?
—Posiblemente, Albita. Si tu hermano es como tu padre, será tan bueno o mejor que Rogelio.
—¡Qué suerte, mamá!
Un buen día, viéronse automóviles y valijas en la puerta de la casa de los niños ricos. Desde entonces, Rogelio y Carlota no se vieron más en la plaza, habían partido en un transatlántico, camino a Europa, con sus padres.
Los pequeños viajeros se sintieron muy contentos los primeros días, pues el inmenso vapor les parecía un palacete de muñecos; pero, al llegar la noche, Carlota re cordaba su niñera, sus amiguitas, su linda cama y sus juguetes; más de una vez dejó correr unas lagrimitas saladas que abrillantaban sus ojos pardos, haciéndolos relucir como piedras preciosas.
Al fin llegaron a tierra y concluyeron por hallarse en la gran escuela extranjera que habría de tenerlos encerrados y alejados por varios años de su querida Bue nos Aires.
Durante los primeros meses, los niños escribieron a Dardo y a su hermanita; pero, poco a poco, los olvidaron sin darles noticias de cuanto les ocurría.
La postal primera, fue enviada por Carlota:
“Querida Albita : Estoy pupila, rodeada de un centenar de compañeras rarísimas: inglesas, alemanas, indias, americanas y … ¡qué sé yo! ¡Si supieras los papelones que he hecho! El primer día no tomé la sopa, ni el postre, y las demás chicas decían: — ¡Pobre, tendrá vergüenza! — porque has de saber que comemos todas juntas. Al fin ¿sabes por qué no comía? Porque me faltaba cuchara; se habían olvidado de dármela y yo no sabía cómo pedirla en francés. Me pusieron unas botitas muy feas y no podía caminar. ¿Sabes lo que dijeron? ¡Pobrecita, en la Argentina andará descalza! — pues has de saber que todos creen que somos salvajes y que los leones andan por la calle. No parece que conozcan a mi patria. Como la postal es muy pequeñita, terminaré por hoy. Recuerdos a tu mamá y a los vecinos. Un abrazo de Carlotita”.
Un mes después escribía Rogelio mandando saludos. Pasaron muchos años y los niños, como ya dije, suspendieron la correspondencia porque cambiaron de casa y de costumbres, y así olvidaron a los ausentes.
Un precioso día de Otoño, Rogelio paseaba por una gran avenida en un brioso caballo. De pronto el animal se asustó y salió como una flecha. El joven creía montar una liebre y ya se veía estrellado contra uno de los tantos automóviles que cruzaban a toda velocidad. De repente, una persona sujetó las riendas, y naturalmente, el animal se detuvo.
—Gracias, mil gracias, caballero,— repuso Rogelio, pálido del susto.
—No es nada, señor, no tiene que agradecer mi in tervención, fue casual — le contestó una voz varonil.
El salvador y el salvado se estrecharon las manos mirándose de frente como buenos amigos. Rogelio abrió más y más los ojos, hasta que por fin exclamó :
—¡Pero si eres Dardo! ¡Dardo! ¿Quién olvida tu cara franca una vez que la ha visto?
—¡Rogelio! ¡Rogelio, el chico de enfrente! — res pondió el salvador.
Los jóvenes se abrazaron con fuerza, hasta que Rogelio concluyó por decir:
—¿Tú, aquí, en Francia? ¿Cómo has hecho para dejar tus escuelitas en la Argentina? ¿Acaso no eras pobre? Parece que estás muy bien, todo un caballero. ¿Y Albita ?
—Ya verás, Rogelio. Lo que tú has conseguido con dinero, yo lo he conseguido con mis adelantos y mi constancia para el trabajo. Era muy pobre. ¿Te acuerdas que mi maestra decía que ninguno dibujaba como yo las zanahorias y las naranjas? Pues tenía razón y eso bastó para que cada día las dibujase mejor. .Gané un premio; estudié en la Academia Nacional y el Gobierno me costeó los estudios fuera de mi país. Ya ves que no sólo el dinero paga los viajes y se encarga de fabricar caballeros y damas elegantes. Ahora soy rico, pues basta mi nombre al pie de una pintura para que la paguen como un edificio. Albita llegará de un momento a otro con mamá, para que vean lo que han aprendido en los libros. Estoy de paseo, resido en Italia, por eso y porque no te tomarás la molestia de leer los diarios, no habrás sabido la historia de mi vida. ¿Y ustedes ?
—Siempre lo mismo — replicó Rogelio. — No somos ni más ni menos. Creo que el dinero va desapareciendo y … a decir verdad, no sabría trabajar si así lo quisiera.
—Es claro, siempre lo mismo, como las piedras, hasta que se desgastan. Pero ¿no sabes idiomas y la mar de cosas?
—Es cierto; pero no sé más que un poquito de cada cosa. Los maestros no hacían más que darme sermones. ¡Era tan diablo! Carlota anda de fiesta en fiesta.
—Lo creo, pues es una dama elegante, para eso la educaron tus padres ¿Por qué no vienes a mi departamento o taller provisorio?
Ambos jóvenes siguieron la marcha, y al llegar Rogelio quedó encantado ante algunos de los cuadritos ejecutados por Dardo. Tomó asiento y, mirandofija mente a su amigo, le dijo:
Me siento feliz al saber que mi patria tiene un hijo que hace honor a la Argentina. ¡Quién hubiese dicho, cuando niños, que Dardo, el de la casita modesta, que ju gaba en la vereda con su hermana Albita, la del delantal blanco, iba a llamar la atención como artista y … caballero, mucho más que Rogelio y Carlota la del saquito de piel! ¡Rogelio y Carlota que nada hacen por su apellido y su patria más que gastar el dinero en suelo extraño!
—Mi madre siempre lo dijo, amigo mío: no es necesario tener fortuna para merecer el nombre de caballero, ni mucho menos asistir a escuelas especiales para aprender a serlo: eso se logra junto a sus padres hasta en los hogares humildes; basta con estudiar y proceder luego con mucha bondad, ya sea en la escuela argentina como en la mejor escuela del mundo.