Era ya un clásico en el barrio, Freddy, el hombre las muletas, siempre estaba sentado en su jardín viendo a la gente pasar. Charlaba con unos, saludaba a otros, o simplemente observaba como iban y venían las personas en su diario trajinar. Algunos niños le tenían miedo porque siempre estaba allí y solo se desplazaba trabajosamente con sus muletas.
Freddy vivía con su hermana mayor, una mujer de cara sufrida que trabajaba lavando ropa para los demás y que había dedicado su vida a cuidarlo cuando murieron sus padres.
Sonia, que así se llamaba la hermana, nunca se había casado por cuidar de su hermano. En sus tiempos había sido una muchacha hermosa de pelo claro y ensortijado, que tenía muchos pretendientes, incluso estuvo ennoviada con un joven empresario que se desvivía por ella y planeaban casarse. Pero fue cuando los padres murieron en un accidente de tránsito y el noviazgo se terminó.
A Freddy le daba mucha tristeza que su hermana desperdiciara su vida, pero no tenía forma de valerse por sí mismo en su condición. A pesar de su inteligencia, nunca había conseguido trabajo por no poder utilizar tampoco sus manos o pies debido a la terrible parálisis que lo mantenía atado a su silla.
Una vez había intentado abrir un kiosco, pero algunos adultos no se sentían a gusto y los niños menos, y el incipiente negocio se vino a pique apenas comenzó. La hermana no se quejaba, pero Freddy la veía marchitarse y convertirse en una pobre viejecita antes de tiempo.
Más allá de sus limitaciones, había un secreto que Freddy y su hermana guardaban, y que era el principal motivo de su forzada dependencia. Es que el hombre de las muletas, cuando estaba solo en su casa, podía volar. Sí, sí, podía volar libre como el viento, pero solo dentro de la casa para que nadie lo viera.
Todas las tardes al caer el sol, Freddy entraba a duras penas a su hogar para abandonar las muletas y dejarse flotar por la casa como una pompa de jabón. La situación le parecía maravillosa y se sentía feliz con esta acción. Su hermana también se sentía dichosa de verlo volar. Es que parece que su vuelo poseía el don de la felicidad, al menos para los dos hermanos.
No siempre Freddy había podido volar, sucedió de repente, cuando supo que sus padres habían muerto, fue como si liberara todo su dolor y esto lo elevara por los aires. Desde entonces, no había parado de volar por su hogar, pero siempre en secreto.
Hasta que un día, dos pequeños vecinos, que siempre le habían tenido miedo, se desafiaron a entrar en la propiedad y espiar al señor de las muletas en su vida doméstica. El grito de los niños alarmó a Freddy que cayó al piso del susto y su hermana salió corriendo al patio a ver a los intrusos.
Para su sorpresa, encontró a los dos niños encantados y sonrientes, pidiendo para ver más.
– Por favor señora, déjenos verlo. Es algo tan asombroso. Me siento muy feliz de haberlo visto. – dijo uno de los pequeños.
– Sí, por favor, no diremos nada. Es un prodigio fantástico. –agregó el otro.
– Déjenme pensarlo. Mañana les contesto.
Sonia habló con su hermano y le contó que los niños parecían estar tan felices como ella misma al verlo volar. Luego de mucho meditar, Freddy accedió no sin temor a que los niños lo vieran de cerca.
Al día siguiente, los niños se presentaron a la casa para ver el prodigio. Pero no venían con las manos vacías, sino que traían un delicioso pastel que su madre había preparado para obsequiar al vecino, sin conocer la razón verdadera. Esto alentó a Freddy, quien mostró a los pequeños cómo emprendía el vuelo y se elevaba hasta que el techo no le permitía subir más.
La expresión de asombro de los niños conmovió al joven, acostumbrado al recelo de los pequeños. Estaban tan deslumbrados que agradecieron mil veces el privilegio y juraron no contar a nadie el secreto.
Desde entonces, los pequeños llegaban a la casa con pequeños obsequios y pasaban la tarde conversando con los hermanos.
Finalmente un día, Freddy se despertó excitado y llamó a su hermana para plantearle su idea genial.
– Voy a intentar volar en el patio. Tal vez no pueda, pero lo intentaré.
– ¡Pero te van a ver todos! – se quejó la hermana que estaba temerosa de que dañaran a Freddy.
– No importa. Tengo que intentar hacer algo para que ya no tengas que trabajar tan duro para mantenerme.
Sin más palabras, Freddy tomó sus muletas y muy despacito, como siempre, salió hasta el patio. Soltó sus muletas, respiró hondo y deseó volar como todos los días. Y vaya si lo hizo, casi se va volando sin rumbo si Sonia no se da cuenta y lo toma de un pie para que no se escape. Freddy no solo podía volar, sino que no podía detenerse, de modo que debería estar atado a tierra antes de volver a soltarse.
El espectáculo fue presenciado por Alberto y Carmen, que vivían en la casa de al lado y quedaron tan impactados por la escena que comenzaron a aplaudir y llorar de la emoción. En seguida se acercaron a abrazar a Freddy, apenas estuvo en tierra y a decirles lo felices que los hacía verlo volar.
No pasó mucho rato, cuando los vecinos volvieron a casa de los hermanos con los brazos repletos de manjares, tartas de frutas, panes caseros y verduras de su propia huerta. Y todo esto, como agradecimiento por el inolvidable momento que Freddy les había regalado.
Los hermanos no podían creer su suerte y decidieron que tal vez ya no necesitarían esconder las habilidades del hombre de las muletas. Los vecinos les aconsejaron hablar con el cura de la parroquia, quien estuvo encantado de presentar su caso en la misa del domingo.
Imaginen la algarabía generalizada que se formó aquél domingo cuando como un milagro divino, el joven dejó sus muletas y se elevó hasta lo más alto de la parroquia. Los regalos y donaciones para la familia no tardaron en llegar y por fin ocurrió lo que todos esperábamos.
¡Freddy consiguió empleo! Haciendo lo que sabía hacer, volar. Llevaba cartas, pequeños paquetes, mensajes, regalos de cumpleaños y todo aquello que la gente quisiera enviar (y que no pesara demasiado) de forma inmediata y adorable. El empleo funcionó tan bien que debieron instalar un negocio de cadetería, que se convirtió en la empresa de cadetería más popular de la región.
Y de este modo, los sufrimientos de Freddy y de Sonia terminaron. Ella se reencontró con el amor de su vida y pudo hacer un hogar. Por su parte, Freddy pudo mantenerse a sí mismo y finalmente conoció a una joven que pudo entender que su mente, también podía volar.