Un hombre fue a la iglesia un domingo y después se detuvo a estrechar la mano del predicador.
Él dijo: “Predicador, te diré que fue un sermón malditamente bueno, ¡malditamente bueno!”
El predicador dijo: “Gracias, señor, pero preferiría que no usara ese tipo de lenguaje en la casa del Señor.”
El hombre dijo: “¡Estuve tan malditamente impresionado con ese sermón que puse cinco mil libras en la bandeja de ofrendas!”
El predicador dijo: “¿Cinco mil libras… joder?”
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