salina
En los días del Oeste Salvaje, había un joven cowboy que quería más que nada ser el mejor pistolero del mundo.
Practicaba cada minuto de su tiempo libre, pero sabía que todavía no era de primera clase y que debía haber algo que estaba haciendo mal.
Sentado en un salón una noche de sábado, reconoció a un anciano de pie en el bar que en su día tenía la reputación de ser el arma más rápida en Occidente.
El joven vaquero se sentó junto al viejo, le compró una copa y le contó la historia de su gran ambición.
–¿Crees que me puedes dar algunos consejos? –preguntó.
El anciano lo miró arriba y abajo y dijo: “Bueno, por una cosa, estás llevando tu arma demasiado alto.
Coge el colchón un poco más abajo en la pierna.”
¿Me hará un mejor pistolero? preguntó al joven.
—Claro —respondió el viejo cronista—.
El joven hizo como se le dijo, se levantó, golpeó su 44 y disparó la correa del arco del jugador del piano.
¡Eso es maravilloso!” dijo el chispeo. “¿Tienes más consejos para mí?”
–Sí –dijo el viejo. “Cortar una pata de su holster donde el martillo la golpea.
Eso le dará un toque más suave.”
¿Me hará un mejor pistolero? Preguntó al hombre más joven.
–Puedes apostar que lo hará –dijo el viejo cronista–.
El joven sacó su cuchillo, cortó el punzón, se levantó, tiró su arma en una broma, y luego disparó un mango del jugador del piano.
¡Wow! exclamó el cowboy. “Estoy aprendiendo ‘algo’ aquí.. ¿Tienes más consejos?
El anciano señaló una gran caja en un rincón del salón.
“¿Ves el aceite del eje por ahí? Cubra tu arma con ella.
El joven se dirigió a la caja y manchó algunas de las grasas en el barril de su arma.
–No –dijo el viejo-timer–, quiero decir, aplastarlo todo sobre la pistola, el manillar y todo.
¿Me hará un mejor pistolero? preguntó al joven.
