Hace unos años decidí visitar a mi hermano que estaba destinado en Alemania.
Supuse que la mayoría de los alemanes hablarían inglés.
Pero descubrí que muchas personas sólo hablaban su lengua materna, incluido el inspector de billetes del tren.
Marcó mi billete y luego charló cordialmente un rato, haciendo gestos como un molino de viento.
Simplemente asentí de vez en cuando para demostrarle que estaba interesado. Cuando se hubo ido,
un soldado americano que estaba en el compartimento se inclinó hacia adelante y me preguntó si hablaba alemán.
“No”, confesé.
“Entonces eso explica”, dijo, “por qué no pestañeaste cuando te dijo que estabas en el tren equivocado”.