salina
Podríamos decir, sin equivocarnos demasiado, que los niños se dividen entre los que adoran ir a la escuela y los que la odian.
Pues bien, Patricio era de los que odian la escuela y cada mañana representaba una cruenta lucha entre el pequeño y su madre, para lograr que asistiera a la pequeña escuela de su barrio, un lugar muy coqueto que por alguna razón, al niño se le antojaba horripilante.
Por lo demás, Patricio era un niño normal y alegre que pasaba sus días jugando, ayudando a mamá y aprendiendo de todo lo que podía, excepto de la escuela.
Nadie había logrado encontrar una sola razón que el pequeño aceptara para dejar de oponerse a la educación formal y el problema comenzaba a molestar a las maestras y a la directora, una señora de poca paciencia que tenía bajo estricta vigilancia a Patricio.
No es que el niño se sintiese a disgusto en clases y luego disfrutara el recreo, Patricio pasaba las cuatro horas refunfuñando y protestando por todo, incomodando incluso a sus compañeritos.
En el patio de la escuela, pude decirse que era el menos popular de los chicos y por lo general, pasaba solo en un rincón sin compartir juegos ni charlas.
Cuando hacía apenas dos semanas de comenzadas las clases, la directora llamó a la mamá de Patricio para una reunión.
– Señora, debo decirle que su hijo es un problema mayor. No deja a la maestra dar la clase en paz. Tampoco es amable con sus compañeritos y lo que es peor, protesta, grita y hasta patalea en cuanto se le da la gana.
– Entiendo lo que dice perfectamente. Cada día tengo que arrastrarlo hasta la escuela, porque no quiere venir. Estoy preocupada, señora directora.
– Le sugiero que lleve al niño con un psicólogo para que averigüe si tiene algún trastorno. No podemos seguir tolerándolo de esta forma.
– Me disculpo por las molestias y le aseguro que lo verá un especialista.
Las cosas no pintaban bien para Patricio, y debió acudir al psicólogo para que realizara un diagnóstico. El psicólogo le realizó pruebas, entrevistas y tests, para averiguar qué le causaba tanta fobia en la escuela, y llegó a una conclusión:
– Señora, su hijo se aburre en la escuela. Es la única causa que encuentro a su fobia. Nadie lo maltrata, no tiene problemas de aprendizaje, ni siquiera se trata de un niño holgazán que no quiera cooperar. Fuera del aula, es un niño perfectamente normal.
Su problema está en que no aprende nada nuevo.
– Bueno, Patricio aprendió a leer a los tres años y a los cinco ya escribía cuentos muy correctos.
Ha leído muchos libros de gramática, matemáticas, geografía e historia, además de algunas novelas reconocidas. Pero supuse que la escuela sería divertida para él, precisamente por eso, porque no debe esforzarse.
– Parece que las cosas no funcionan así. Sería conveniente que lo evaluaran y trasladaran a un lugar donde puedan atender a niños con talento especial.
La mamá de Patricio presentó la evaluación psicológica en la escuela y la directora estuvo encantada de conocer las razones,
incluso se ofreció para hacer todos los trámites y ubicar a Patricio en la mejor escuela del país, donde recibiría la educación que necesitaba.
Patricio cambió de escuela, pero siguió siendo el mismo niño de siempre, solo que más feliz, porque asistía a una escuela en la cual aprendía cosas nuevas todos los días y eso le encantaba.
